“Aquellos cisnes blancos habían atravesado el océano desde tierras lejanas donde el frío era intenso. Cuando retornara la primavera, abrirían sus grandes alas, se elevarían hacia el cielo sobre los campos y desaparecerían. Cada vez que veía los cisnes, el samurái pensaba: ‘Conocen países que jamás visitaré’. Pero apenas los envidiaba.” (pág.20, Ed. Edhasa)
El samurái de Shusaku Endo narra el largo viaje al que se ve arrastrado el samurái Hasekura, para el que la llanura en la que vivía había llegado a ser “como la concha de un caracol” (pág.61). Lo cierto es que esta novela está basada en hechos reales: Hasekura Tsunenaga fue uno de los miembros de la llamada Embajada Keicho (1613-1620), de la que se cumplieron 400 años el pasado año.
El objetivo de dicha embajada era mejorar las relaciones comerciales y diplomáticas con España. Fue impulsada por el daimyo (señor feudal) Date Masamune, confiado en las promesas del padre Luis Sotelo, misionero en Japón y modelo del personaje del padre Velasco, que aseguraba que conseguiría el favor del rey Felipe III y el papa Pablo V.
Lo cierto es que durante algunos años ser misionero en el país no entrañaba demasiado peligro. Los primeros jesuitas llegaron en 1549 a un Japón durante el turbulento periodo Sengoku (1467-1615). La falta de un gobierno central y el caos general provocado por la guerra hacían que no existiese legislación o plan de actuación con respecto a las actividades de los jesuitas y los franciscanos, localizados sobre todo en la bahía de Nagasaki. Algunos señores feudales terminaron acercándose a la fe cristiana para poder establecer relaciones comerciales con Occidente y acceder a su tecnología. Uno de los primeros en ver este potencial fue Oda Nobunaga, el primer señor feudal en utilizar armas de fuego (en contra de todo código de honor en el campo de batalla).
Los dos grandes señores feudales que se alzaron después de Nobunaga no fueron tan bondadosos. Lejos de aupar la nueva religión para simpatizar con los comerciantes, Toyotomi Hideyoshi y posteriormente Tokugawa Ieyasu promulgaron leyes y edictos que expulsaban a los religiosos de suelo japonés (1587 y 1614), así como prohibió la presencia de españoles (1624) y portugueses (1639) en suelo japonés. Para ambos, la presencia del cristianismo era un incómodo recordatorio del poder y del alcance de las autoridades extranjeras, así como un desafío silencioso a la autoridad central. Pronto las prohibiciones resultarían en terribles persecuciones y ejecuciones y con el tiempo darían paso a la etapa popularmente conocida como sakoku (“país cerrado”), que duró más de doscientos años. Este es precisamente el punto de partida de la novela más célebre de Endo, Silencio, basada también en personajes históricos.
La obra El Samurái se ambienta en un momento de muchísima tensión política y diplomática, en el año 1613. La misión que le es conferida al padre Velasco, a Hasekura y a los tripulantes adquiere tintes dramáticos desde el inicio, ya que el lector sabe que a su regreso a Japón Tokugawa habrá promulgado otro edicto contra los religiosos, la persecución habrá recomenzado y, en pocos años, ni la presencia española será tolerada en el país.
- Por primera vez en mucho tiempo nos encontramos con un personaje Occidental escrito desde la pluma de un japonés. ¿Qué pensáis del padre Velasco?
- ¿Se corresponde la imagen de Hasekura a la imagen que teníais del samurái?
La
reunión final será virtual a través de ZOOM el viernes 26 de febrero en dos
turnos: de 16h a 17:30 o de 18h a 19:30. Para inscribirse en esta sesión presencial basta con enviar un email a biblioteca@fundacionjapon.es con el título "El samurái" y los siguientes datos: nombre completo, horario
de la reunión a la que quiere asistir y un número de contacto.
¡Feliz lectura!
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