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Selecciones de la biblioteca: La grulla doliente

Esta semana tenemos una recomendación para conocer a un gran autor, que marcó a toda una generación con sus relatos cortos, con sus ideas sobre la literatura y con el trágico final de su vida. Hablamos de nada más y nada menos que de Ryunosuke Akutagawa.


Es difícil hablar de la producción literaria y artística de la era Taisho sin toparse con su nombre. Ya fuese en el famosísimo debate entre Akutagawa y Tanizaki acerca de qué es la literatura, el impacto que tuve su suicido para los jóvenes buraiha de posguerra o las adaptaciones de sus cuentos para el cine japonés, el nombre de Akutagawa ha hecho correr mucha tinta a lo largo de los años. Una de esas plumas que escribió sobre él fue Kanoko Okamoto, escritora, poeta y ensayista de principios de siglo XX.


La grulla doliente es una suerte de ejercicio literario, que cabalga a medio camino entre un ensayo, un diario y un relato corto. En él, Okamoto se sirve un encuentro fortuito, durante el verano de 1923, con el escritor Ryunosuke Akutagawa mientras vacacionaba con su familia. Las entradas se huelgan en detalles sobre el escritor. Al final de la edición se encuentran interesantes apéndices con fotografías de los personajes que aparecen en la historia que enriquecen la narración. 


El formato le permite a Okamoto "diseccionar" a Akutagawa y presentar un hombre aquejado por el calor, impaciente y un poco infantil: su humor cambiante, sus hábitos erráticos, sus mañas y los chismes que corrían sobre él. Este pequeño libro es ideal para quienes conocen de antemano la obra de Akutagawa, particularmente sus últimos cuentos, ya que nos presenta al hombre tras la leyenda. 


Los últimas páginas serán quizás las que más llegan al corazón: la autora narra su último encuentro con el escritor, poco tiempo antes de su suicidio. Nos lo describe como un hombre torturado, melancólico, resignado. ¿Y si ella lo hubiese seguido cuando él bajó del tren? ¿Si lo hubiese llamado para visitarlo una vez más y escuchar lo que él tenía que decirle? ¿Acaso habría podido evitar que el genio de Akutagawa se apagase para siempre? Una pregunta vana, que revolotea en la cabeza del lector como los pétalos de ciruelo aún después de cerrar el libro.

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