¿Cómo
vais con El amor de un idiota de
Jun’ichiro Tanizaki?
Sin importar a qué período o género pertenezca la obra, hay dos pilares básicos en su producción: las mujeres y el quehacer literario.
Sobre
la primera, solo basta ver quién las protagoniza: si bien los narradores suelen
ser hombres, las mujeres son el centro neurálgico de la trama. Es su poder para
influenciar, o manipular, las decisiones de los protagonistas (y el parecer de
los lectores) el gran motor que lleva adelante la historia. La mujer en la
literatura de Tanizaki es una belleza terrible, tanto en cuanto lo trastoca y
lo transforma todo, que invierte valores y arruina la vida de quienes la
rodean. Es en toda regla un poder de la naturaleza, y nuestro protagonista de El amor de un idiota se siente ante
Naomi como una persona ante una tormenta: sobrecogido ante un hermoso peligro
que, a su paso, dictamina qué vive y qué muere.
La gran musa de Tanizaki fue, sin duda alguna, su madre, o la figura que recuerda el pequeño Jun’ichiro: un cuerpo níveo, sin mácula, hermoso hasta el punto de convertirse en la medida de la belleza. El escritor recordaría en algunos ensayos la piel de su madre cuando se bañan juntos, o la anatomía que podría ver cuando le daba el pecho, cosas que hizo hasta los seis años de edad. La madre de Tanizaki fue, en efecto, conocida como una de las chicas más guapas de su vecindario, pero cuya apariencia guardaba un carácter nervioso y un poco “fuera de norma”, con el que manipulaba y recriminaba a su padre, constantemente malhumorado y pronto a ser violento. Es de esta dinámica la que Tanizaki suele representar en muchos de sus libros, la hermosura que domina y el hombre que deja avasallar, mostrando complejos juegos de poder entre uno y otro.
En su vida personal, el autor fue una persona difícil. Su hedonismo lo llevó a ser en extremo exigente con todo lo que le rodeaba, siendo famoso por su buen apetito con la comida y, por supuesto, con las mujeres. Ecos del escritor los conseguimos en Joji Kawai y en su preferencia por Naomi: una chica maleable, pero con carácter fuerte, bien dispuesta a las novedades y a los antojos del esposo, pero a ser posible con gustos “diferentes” también. La búsqueda de esta mujer perfecta lo llevó a casarse cuatro veces, cada matrimonio más escandaloso que el anterior, hasta dar con su última esposa, Matsuko. Son las mujeres de su vida las que perfilaron los personajes más emblemáticos de sus obras, comenzando con su cuñada del primer matrimonio, quien fuera modelo para Naomi y de quien se decía que tenía un aire a Marlene Dietrich.
El segundo pilar fue el arte. Tanizaki dedicó toda su vida a escribir y a leer, y la concepción que desarrolló sobre la novela y el quehacer literario se puede ver en toda su obra, particularmente en cómo construye sus argumentos y sus frases. No hay ningún elemento casual y, de la misma forma en que un artesano construye un mueble para que no se vean las juntas, así Tanizaki va elaborando sus historias en capas que el lector podrá ir disfrutando poco a poco, interpretando en distintos niveles lo que se dice y sucede.
Por esto, no es de sorprender que Tanizaki hable de la literatura como de “la belleza de la construcción” o haciendo referencia a la arquitectura. En efecto, el escritor construye sus obras como un edificio, hilvanando una anécdota con otra sin dejar cabo suelto. El edificio es estable, pero las formas de admirarlo y entenderlo son múltiples y dependen de la perspectiva personal de cada cual. Esta idea le llevó a una de las querellas más famosas de la literatura japonesa, el debate que mantuvo con Ryunosuke Akutagawa sobre qué es exactamente la novela.
Akutagawa, uno de los cuentistas más insignes de las letras japonesa, insistió hasta su muerte que la novela debía ser “una historia sin historia”, en la que la falta de una trama permitiese al escritor que “la verdad emanara de lo más profundo de su ser”. Akutagawa propone en varios ensayos que la novela no se encargue de mostrar los actos mundanos del hombre, tal y como las pinturas impresionistas debían toda su fuerza a las pinceladas libres, sin boceto o línea que las guiase. Tanizaki pronto le respondió arguyendo que “Llegar hasta este tipo de hermosura [arquitectónica] requiere de un proceso de despliegue y, por tanto, necesita de espacio para darse. (…) Las grandes novelas tienen la belleza de un evento que encadena con el siguiente, como la magnificencia de las montañas que continúan hasta perderse de vista. Esta es la habilidad de construcción a la que me refiero.”
- ¿Os gustó la manera de narrar de Tanizaki? ¿Qué lecturas podemos hacer de la historia?
- Irónicamente, parece que en lo que se refiere a la literatura japonesa Akutagawa ganó el debate. ¿Sois más de “novelas sin trama” o preferís historias con una anécdota que guíe la acción?
Si os animáis, podéis participar en nuestro debate virtual a través de ZOOM el viernes 27 de mayo a las 18h (enviando un email a biblioteca@fundacionjapon.es con vuestro nombre completo y un número de contacto)
¡Feliz lectura!
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