“Los humanos no son lo suficientemente fuertes para vivir y morir solo para su propio beneficio. La razón es que tenemos unos ideales. Solo podemos actuar movidos por algo… por lo que, si no podemos encontrar un valor que nos mueva e impulse, la vida, en el sentido spiritual, pierde todo sentido.“ – Yukio Mishima NHK Interview (1966)
¿Cómo lleváis la lectura de El pabellón de oro de Yukio Mishima? Si
tuvieseis que usar cinco palabras para describir vuestra experiencia lectora,
¿cuáles escogeríais?
Hemos comentado cómo algunos hubiesen preferido
que se reconociera internacionalmente a otros autores y no a Mishima, Kawabata
entre ellos. Sin embargo, Mishima fue siempre el enfant terrible favorito de la prensa y de la crítica por una
razón: supo, como pocos, escribir para las masas sin renunciar a su arte. Muy
consciente de que no era ni Kawabata ni Tanizaki, estilistas e impresionistas,
pero de que sus inquietudes artísticas y filosóficas necesitaban de la novela
para plasmarse, Mishima hibridó la anécdota popular, ya fuera el sonado caso de
corrupción en una campaña política (Después
del banquete) o un caso locura que llevó al incendio de un patrimonio
cultural (El pabellón de oro) con sus
visión de vida y con su vasto bagaje literario (El rumor de las olas o Madame
de Sade serían buenos ejemplos). Donald Keene, japonólogo e íntimo amigo de
Mishima, cuenta que siempre buscaba dar un giro de tuerca a la realidad,
descubriendo a lo largo de la novela una faceta nunca antes pensada de la
historia.
Y esta fue, en pocas palabras, la génesis
de El pabellón dorado. Mishima era ya
muy conocido en Japón por su primer libro, Confesiones
de una máscara, un relato en apariencia autobiográfico (aunque él siempre
lo negó), y después El rumor del oleaje,
que escribe al regresar de un viaje por Grecia que le marcaría de por vida. Buscando
ideas para su próximo libro, se topó una buena mañana con que el famoso Pabellón
Dorado que se encuentra en Kioto había ardido en llamas, quemado por uno de los
monjes budistas que en él habitaban. La noticia sacudió a la nación y Mishima
decidió ir en búsqueda del monje, que había sido capturado y encerrado, para
preguntarle por qué había cometido tal crimen. Seguramente Mishima, con sus
tendencias al drama y al espectáculo, esperaba escuchar alguna razón
impresionante, o cuando menos, explotable. Donald
Keene, japonólogo e íntimo amigo de Mishima, cuenta cómo fue la decepción
que sufrió el autor cuando el monje no le dirigió palabra durante toda la
entrevista. “No me sirve” recuerda que dijo Mishima.
Un monje enajenado, sin más, no es
material literario. Un monje cuya vida había sido marcada por la presencia del
Pabellón de Oro, cuya misma existencia y razón de vida fuera el edificio, eso
ya era otra cosa. En la mente de Mishima nació Mizoguchi, el joven monje cuya
personalidad se iría retorciendo y llevando al lector hasta la conclusión
inevitable del incendio. La belleza, un tema que seguramente rondaba aún la
cabeza de Mishima después de su viaje a Grecia y sus lecturas de los autores
clásicos, se plantó como la razón de ser de la novela.
Esta belleza no es edificadora, ni una forma de llegar a la trascendencia. La belleza en el libro es algo feo, manchado y castrante: la hermosa Uiko que niega de una risotada el ímpetu de Mizoguchi o el Pabellón de Oro que se yergue como el summum de lo hermoso y contrapuesto a la descomposición del cadáver del padre. La belleza es, además, el opuesto de Mizoguchi: el joven que no puede terminar una frase ansía entender los secretos de un edificio centenario, el joven monje que jamás dirá una frase completa sueña con un edificio inmutable, que ha sobrevivido al paso de los años y que seguirá allí, como el ave fénix, sobre las cenizas de todo cuando lo rodea. Es a su vez un ideal de amor, una suerte de pareja sexual. Es el eros que concilia lo feo con lo hermoso, o lo que sublima a lo horrible, como en el caso de Kashiwagi.
- ¿Qué pretende Mizoguchi al quemar el templo? ¿Qué papel juega la belleza en su decisión final?
La reunión final será por videoconferencia
a través de ZOOM el viernes 24 de julio. Las plazas para ambas sesiones se han
agotado, pero os recordamos que todos los viernes del mes de junio animaremos
la lectura publicando en nuestras redes sociales (blog e Instagram) preguntas de
reflexión y debate.
¡Feliz lectura!
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