"If I don't exist, I can't disappear either."
En Tokyo Ueno Station vemos el mundo a través de los ojos de un hombre que podría ser un extra en cualquier otra novela, un anciano sin techo que malvive en el parque Ueno. Su biografía está marcada por la mala suerte, sin ser tampoco melodramática o increíble. Da la sensación de que podría ser (y probablemente sea) la historia de tantos otros que han quedado relegados a los márgenes de la sociedad pero a plena vista.
La narración sigue un curso libre, siendo un paseo por los pensamientos de nuestro protagonista, que continuamente nos lleva adelante y atrás en su historia. Recuerdos y remordimientos se arremolinan en una prosa que es a la vez parca y profundamente poética. A lo largo de este monólogo también se intercalan conversaciones con otros sin techo del parque Ueno. Incluso a través de estas contadas interacciones podemos intuir que estos otros personajes también serían todo un mundo a explorar como nuestro protagonista, con el mismo calibre de tragedia.
Tokyo Ueno Station es una lectura más agria que dulce. Tras terminarlo queda una fuerte sensación de injusticia que uno no sabe muy bien hacia dónde dirigir, ¿a los mandatarios? ¿A la gente de a pie? ¿Al universo? La intención de la autora es que esta desagradable sensación se transforme en empatía, para acercarse a aquellos que viven en los márgenes.
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