¡Nos acercamos ya
al final de nuestra lectura de País de
nieve de Yasunari Kawabata!
Si tuvierais que
describir la historia de este libro a alguien ¿cómo lo haríais?
La mayor queja
que se puede decir sobre País de nieve
es que no pasa nada. En efecto, al terminar la lectura lo único que podemos
recordar como “acción” es la carrera que dan Shimamura y Komako para llegar al
incendio y el rescate de Yoko por parte de Komako, y todo esto en las últimas
páginas.
El segundo
argumento en contra suele ser lo inconexa que es la historia (si se le puede
llamar así). Además de no tener un hilo conductor, Kawabata parece que se
regodea en lo banal y anecdótico, desviando la narración a la descripción de un
paisaje, o de la muerte de un insecto o, peor, en toda una apología del tejido chijimi.
- ¿Cómo os habéis sentido con estos dos escollos? ¿Os han apartado del libro?
La estructura de
las novelas de Kawabata tienen dos particularidades: la primera es que el
escritor confesaba que dejaba fluir su pluma al momento de escribirlas, sin
mayor conciencia de a dónde iba a parar la historia. En cierto modo, podemos
ver sus libros como una cadena de pequeñas Historias
de la palma de la mano, los cuentos que solía escribir y que le
servían de ejercicio literario. Podríamos decir que Kawabata comenzaba con una
imagen y, encontrando nuevas cadenas de significación posibles en la misma,
cambiaba el tema, hilando e hilando lo que llega a convertirse en una novela a
fuerza de repetir personajes y de adjuntarle páginas. La escritura para
Kawabata es estética pura, es ejercicio de imaginación, son fractales que le
permiten crear y recrear ad infinitum. Y hasta el infinito escribía, puesto era
contrario a darles un final concluyente a las historias. País de nieve no es la excepción, puesto que la última frase da la
impresión que, agotado todo lo que quería decir, simplemente deja de escribir.
Esto, debemos
recordar, no es descuido ni error. Por más que nos pese a los lectores
occidentales, acostumbrados durante siglos a una literatura que sigue más o
menos al pie de la letra los principios Aristotélicos de Unidad (es decir, lo
mínimo que puede darnos una buena obra es un principio, un nudo y un final),
Kawabata bebe de una tradición antiquísima en Japón: en la tierra de Sei
Shonagon, del
haiku y del renga, una historia con que tiene un comienzo y un final
definidos son de mal gusto y poco creíbles. Después de todo, el mundo está
hecho de fugacidad y de percepciones a medias y así es como lo debe plasmar el
arte, con espacios en blanco (como en la caligrafía), silencios (como en el
teatro) y contradicciones (como en la poesía). El mismo autor hace hincapié en
este aspecto durante su discurso para el Premio Nobel.
La segunda razón
de esta estructura azarosa la podemos encontrar también en la forma en que fue
escrito País de Nieve. Junto con
tantos otros de sus relatos, fue publicada por entregas en una revista y su
final fue modificado varias veces a lo largo de los años. La conclusión que
conocemos hoy en día, el incendio en el teatro, lo añade casi diez años después
de haberlo “terminado” y publicado por primera vez. El mismo Kawabata expresó a
lo largo de su carrera su inconformidad con esta multiplicidad de finales,
diciendo que, a
pesar de “tener la escena del fuego en
mente desde antes de escribir la segunda mitad de la novela”(…) “quizás hubiese sido mejor no haberle añadido
nada nuevo”.
Ahora bien, si no
existe ninguna acción que nos remita a un principio-fin, ¿qué sentido tiene la
novela?
El argumento real
se esconde no en la acción exterior, sino en un lugar mucho más inesperado. Casi
como un juego cómplice entre nosotros y Kawabata, las pistas nos indican que la
catarsis, la razón de leer esta novela se esconde en Shimamura. Como si se
tratase de un ensō, el escritor nos
engaña haciéndonos ver que esta historia es estática, un círculo. Pero
Shimamura es cambiado por el contacto con las dos mujeres, dos caras de una
misma moneda, Komako y Yoko. Shimamura hace esfuerzos por mantenerse pasivo,
pero el subconsciente le traiciona más de una vez, le hace sufrir (y quien no
siente no sufre).
El final no
muestra el cambio pero sí lo atisba: el ensō es un círculo abierto, es una
oportunidad de escribir un nuevo carácter. La Vía Láctea, el fuego, el vacío,
el rojo y el blanco: elementos de purificación y de renovación. Allí donde esperamos un final a la occidental, Kawata
nos ofrece un nuevo comienzo “Dio un paso
para recuperar [el equilibro], y, en el mismo instante en que se inclinaba
hacia atrás, la Vía Láctea, con una especie de rugido horrísono, se vertió en
él.”
- ¿Qué símbolos recurrentes habéis encontrado a lo largo del libro? ¿Cuál es vuestra lectura de ellos?
¡Ya queda poco
para la sesión final! Si no habéis conseguido plaza en la reunión presencial, entonces os damos cita en nuestra cuenta de Instagram para un Live el jueves 21 de mayo, donde hablaremos un poco sobre Kawabata y sobre algunas de las preguntas que hemos planteado a lo largo de nuestro tiempo de lectura. ¡Será una mini sesión de debate!
¡Animaos a
participar!
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